¿Cómo te sientes en tu relación de pareja? ¿Eres feliz? Si no tienes un vínculo afectivo con nadie ahora mismo, pon la mirada en el retrovisor de tu memoria. ¿Qué fue lo que falló en tu última relación? ¿Fue la comunicación, la confianza, el compromiso? Lo cierto es que si pusiéramos bajo un microscopio la mayoría de nuestros amores fallidos, descubriríamos que hay un desencadenante común.
La responsabilidad afectiva es esa materia que no todos dominamos de manera adecuada. Y cuidado, esa ineptitud más o menos latente, se aprecia no solo en el ámbito de pareja, también en el de las amistades y las relaciones familiares. Las injusticias emocionales surgen al no calibrar cómo nuestras actitudes y nuestros comportamientos afectan a las personas que, supuestamente, queremos.
Son muchos los que gravitan en los territorios afectivos de manera autónoma e individualista. Esperan que sea la otra persona quien se adapte a ellos, quien encaje en sus esquinas, en sus vacíos e infinitas aristas. Tras el “es que yo soy así” hay una gran cuota de egoísmo y profundas hondonadas en inmadurez emocional; esas que llevan al desastre a cualquier relación.
Es importante hablar de la responsabilidad afectiva en tiempos de ghosting, vínculos frágiles y amores que nacen de aplicaciones de móviles. Ahora, efectivamente, es más fácil que nunca conocer a infinitas personas, pero lo que ya no es tan sencillo es encontrar un amor duradero.
¿Qué es la responsabilidad afectiva?
Tener una adecuada responsabilidad afectiva significa, por encima de todo, saber responder a las necesidades del ser amado, sabiendo que cada una de nuestras acciones tienen un impacto en el otro. De este modo, para conjugar el idioma del respeto y del cariño, uno debe poner especial atención en la comunicación, la empatía y el cuidado del vínculo.
Como es evidente, no todo el mundo tiene esta capacidad de respuesta en el ámbito de las relaciones de pareja. Y si no lo tiene en este espacio, es más que probable que no lo tenga en ningún tipo de relación. Porque la responsabilidad afectiva se nutre básicamente de dos aspectos clave: inteligencia emocional y respeto interpersonal.
Si no hemos crecido con unos modelos parentales y educativos válidos que nos hayan enseñado desde bien pequeños estas dos áreas, resulta difícil asentar tal valía relacional. Como bien nos explica el filósofo Tom Roberts en un estudio, las personas tenemos la obligación de responsabilizarnos primero de la adecuada gestión de nuestras emociones, porque estas tienen un claro impacto en nuestros vínculos.
Veamos qué pilares edifican la responsabilidad afectiva.
1. Comunicación empática y asertiva
La comunicación respetuosa, empática y sincera es la piedra angular de toda relación sana. Por ello, saber dirigirnos a la otra persona implica cuidar el mensaje y la manera en que se expresa. No es necesario que midamos al milímetro todo aquello que deseamos expresar, algo así sería agotador, no hay duda.
Se trata solo de crear una adecuada armonía relacional en la que el diálogo sea fluido, orientado a llegar acuerdos y evitando los reproches. Comunicar es construir, es originar un espacio íntimo de respeto donde la confianza fluya.
Asimismo, un antídoto evidente para las conductas de ghosting (dejar una relación sin decir nada) es sin duda aplicar este principio de responsabilidad y de respeto. Algo así implica, en todos los casos, saber expresar en todo momento lo que se siente y cuáles son las necesidades de cada uno en todo momento.
2. Respeto a la relación, sin importar la tipología del vínculo y su estado
Puede que tengamos una relación abierta con alguien, y en la que haya quedado claro que no deseamos un compromiso firme. Puede que nos encontremos incluso en un momento complicado y la ruptura esté cerca. La responsabilidad afectiva exige respetar a la otra persona en cualquier tipo de vínculo construido con ella, y en toda circunstancia (tanto en los buenos momentos como en las crisis).
Si hemos acordado una relación abierta o polioamorosa, por ejemplo, el respeto y el cuidado son esenciales para dar forma a un vínculo sano. Pero, también la responsabilidad afectiva resulta prioritaria.
3. Establecer acuerdos y entender que todo comportamiento tiene un efecto
Una relación no es una empresa, pero sí es un equipo y como tal requiere acuerdos y normas internas. La responsabilidad afectiva implica conocer cuáles son los límites y necesidades de cada uno. Algo así exige negociaciones y compromisos que, lejos de eludirse, deben clarificarse cuanto antes para crear un mapa relacional que nos guíe con acierto en cada momento.
Asimismo, a pesar de tener esa guía y esos acuerdos, los conflictos interpersonales y las diferencias surgirán cuando menos lo esperemos. La persona responsable en materia afectiva entiende que saber responder a esos instantes críticos de manera madura resulta esencial. Es entonces cuando necesitamos de esa brújula emocional bien calibrada que nos guiará para transitar con acierto por esos días de altibajos.
4. El compromiso de cuidar de la relación
La responsabilidad afectiva implica entender que habrá momentos difíciles y que, en lugar de desaparecer, elegiremos quedarnos y trabajar en esa relación. Comprometernos con alguien no significa repetirle cada día que lo querremos para siempre, significa hacerle ver que cuidaremos de ese vínculo con afecto, dedicación y valentía. Sin rendirnos a la primera.
Qué no es ser responsable en materia afectiva
Llegados a este punto, es muy probable que más de uno se diga aquello de “sí, yo soy una persona con una buena responsabilidad afectiva”. La verdad es que son pilares fáciles de entender, son ideas que gustan y cuya música ya nos suena, pero que no es fácil de llevar a cabo. Aunque nos cueste creerlo, muchos entendemos la teoría y fallamos en la práctica.
Por ello, es importante hacer un pequeño repaso sobre lo que no es responsabilidad afectiva:
- Tú no eres responsable de absolutamente todo lo que siente y le ocurre a tu pareja. Muchas veces, aunque nuestra comunicación, actitud y conducta sean las más respetuosas y afectuosas, la otra parte puede no ser feliz. Hay múltiples factores que escapan a nuestro control.
- La responsabilidad afectiva no significa descuidar mis necesidades para priorizar las de mi pareja. Si hay un elemento que define esta dimensión es equilibrio, igualdad y reciprocidad. Amor no es sacrificio, amor es crecimiento.
- Ser responsable afectivamente no te convierte en un dependiente emocional. La manera en que se sienta el otro debe importarte, pero no determinarte hasta el punto de invalidarte. Cada miembro de la pareja es, primeramente, responsable de sus propias emociones. Las atiende y regula por su propio bienestar y, después, para lograr una buena convivencia con los demás.
Para concluir, pocas artesanías relacionales y de la convivencia son tan importantes como la referente a esta dimensión. Todos deberíamos afinar, mejorar y potenciar mucho más el pilar de la responsabilidad relacional y nuestra inteligencia emocional.