Ser el fuerte de la familia es un título que suele repartirse en todas las familias, y en algunas sin que estén demasiado claros los méritos de quien asume ese rol. Una vez que alguien lo porta, es complicado que pase a otra persona o que termine siendo compartido.
Las razones por las que una persona llega a ser el fuerte de la familia son heterogéneas. A veces, se debe a que es buena resolviendo problemas o porque tiene un alto sentido de la solidaridad; otras veces, solo se debe a que dispone de más tiempo o es el hermano mayor. Lo cierto es que se asume, como si fuera natural, que es válido depositar en esas personas el peso de las grandes crisis y las dificultades más complejas.
El punto es que hay ocasiones en las que alguien sí que puede ser el fuerte de la familia, porque tiene la disposición y la capacidad para asumir ese papel. Otras veces, en cambio, no está en condiciones de hacerlo. Aun así, se espera que siga desempeñando su rol , incluso a costa de sí mismo. Es ahí cuando el asunto se torna problemático.
Ser el fuerte de la familia
Ser el fuerte de la familia suele ser más un rol que se va adjudicando sin que haya un acuerdo previo o una decisión explícita que lo sustente. Es habitual que alguna de las personas en el hogar se muestre más dispuesta a resolver situaciones problemáticas y que tenga cierta eficacia haciéndolo. Ante esto, los demás comienzan a delegarle las crisis.
No está mal que sea así. Determinadas personas tienen una habilidad mayor para sortear las dificultades; además, es como si la inercia prácticamente nos empujara a ellas cuando estás aparecen. Lo problemático es que se le termine asignando ese rol fijo a alguien y que incluso se le convierta en el depositario de grandes y pequeños problemas, sin falta.
Más complejo todavía cuando se le termina exigiendo que asuma su papel, haciéndole sentir culpable si se resiste o se niega a hacerlo. Los demás terminan asumiendo una postura infantil, que también cómoda, y renunciando a parte de su autonomía. Las cosas funcionan muy bien para los demás, pero no para quien ha decidido ser el fuerte de la familia.
“Si no me ocupo yo, no se ocupa nadie”
La persona que asume el rol de ser el fuerte de la familia también puede contribuir con su actitud a que los demás le carguen con responsabilidades. Es muy habitual que se acuda a la fórmula “si no me ocupo yo, no se ocupa nadie”. Y es cierto. La situación ha caído en esa lógica y, en efecto, si el fuerte no toma las riendas, nadie lo hace. Entonces, todo se va al traste.
En esa conducta hay elementos de manipulación, de manera que la persona que asume el rol de fuerte termina convirtiéndose en un instrumento para la mayoría -muchas veces de manera inconsciente-. Así se forma un círculo vicioso que retroalimenta la situación.
Solo cambia la dinámica cuando se rompe el esquema, lo que suele suceder cuando la persona ya no puede más, aunque también puede sufrir algún tipo de daño que la invalide para seguir asumiendo ese rol.
Romper el esquema
A veces, quien ha decidido ser el fuerte de la familia también necesita que lo necesiten. Es posible que haya sido ignorado en sus deseos y sentimientos, de modo que en algún punto logró hacerse visible haciendo mucho por los demás. Esto le dio un lugar en la familia.
Lo cierto es que nadie debe ser el fuerte de la familia. El principal obstáculo para dejar de serlo es la trampa de la culpa. Sin embargo, en toda situación una persona debe preguntarse hasta qué punto en verdad los otros necesitan una ayuda externa y qué tipo de ayuda requieren. Luego, hacer un aporte puntual y limitado.
Lo más aconsejable es indicar el camino y permitir que cada persona lo recorra por sí sola. Una persona adulta debe ser responsable de sí misma. La ayuda que puede prestársele es específica y temporal. A nadie le hace bien que otro asuma sus problemas y que no le permita hacerse cargo de las consecuencias de sus actos.