¿Cómo fue tu infancia? ¿Creciste con unos progenitores que se procesaban respeto y cariño? ¿Fuiste testigo de su afecto o quizá lo fuiste de su desamor? La mayoría de nosotros guardamos un recuerdo de cómo era la relación entre nuestros padres. Esa imagen no solo nos ofreció un primer modelo sobre cómo son los vínculos e interacciones humanas, sino que también nos marcó de muchas maneras.
Crecer con la impronta de un hogar en batalla dialéctica constante, nos hace estar envueltos desde bien temprano en un clima emocional adverso, cargado de rencores y conflictos. El niño que es testigo de los enfrentamientos de sus progenitores es un niño que crece con una visión distorsionada sobre lo que es el amor. Y algo así es una tragedia.
Asimismo, cuando una pareja no es lo bastante madura o valiente para finalizar un lazo que es nocivo, recrudece al máximo esa situación. El malestar relacional es tan profundo que, a veces, se descuida lo más importante: la crianza. Los padres que no se aman o que se aman mal no siempre aportan a sus hijos aquello que merecen y necesitan para su buen desarrollo. Lo analizamos.
La teoría de la seguridad emocional: ¿en qué consiste?
La teoría de la seguridad emocional hunde sus raíces en el constructo del apego definido por el psiquiatra y psicoanalista John Bowlby. Según este enfoque, los conflictos familiares afectan al desarrollo psicoemocional del niño. Los pequeños, lejos de mantenerse ajenos a esas desavenencias, son testigos de ellas para evaluarlas y crear unos esquemas mentales básicos sobre las relaciones humanas.
Ahora bien, hay otro aspecto quizá más problemático. Los hijos de una pareja enfrentada se sienten menos seguros, menos protegidos y atendidos. Crecen con una sensación de amenaza constante al pensar que, en cualquier momento, esas manifestaciones emocionales negativas, también les alcanzarán a ellos. Algo que, como bien sabemos, en ocasiones sucede.
Es frecuente, por ejemplo, que esa madre o ese padre en pie de guerra, use a los hijos como víctimas para el chantaje emocional. En ocasiones, pueden manipularlos para que se posicionen en favor de uno u otro. Tristemente, también pueden proyectar sobre ellos su frustración e infelicidad. La pareja que se trata mal y deriva en dinámicas autodestructivas arrastra en esa vorágine de sufrimiento a sus propios hijos…
Las secuelas del conflicto interparental destructivo
La teoría de la seguridad emocional nos dice que los niños se ven afectados por los conflictos interparentales constructivos y destructivos.
Los primeros definen esas desavenencias que se resuelven de manera eficaz y madura. El hecho de abordar de forma positiva las diferencias aporta a los pequeños un modelo enriquecedor sobre cómo afrontar los desafíos relacionales.
El problema reside en los conflictos interparentales destructivos en los que se enquista el rencor, el odio y las malas palabras. Una investigación de la Universidad de Kioto, por ejemplo, destaca que este tipo de situaciones dejan serias secuelas en el desarrollo infantil.
Es común ver a niños con menores habilidades sociales y con serios problemas para regular sus emociones. Las desavenencias y los enfrentamientos de los progenitores provocan que crezcan mostrando conductas más agresivas y también que evidencien estrategias muy deficientes para resolver problemas. Al fin y al cabo, acaban integrando en sus registros mentales aquello a lo que siempre han estado expuestos.
Las respuestas de afrontamiento de los niños en las situaciones de conflicto parental
Este dato es interesante. No todos los niños reaccionan de igual manera ante el conflicto interparental. Cada pequeño suele demostrar un tipo de reactividad ante estas dinámicas negativas de enfrentamiento de los cuidadores.
Hay niños y niñas que hacen de mediadores, que terminan actuando de manera más madura que sus progenitores al intentar regular esos desacuerdos. Son criaturas obligadas a crecer de manera prematura que pierden sus infancias al actuar de reguladores de la conflictividad ante dicha incompetencia parental.
La teoría de la seguridad emocional nos dice que los niños obligados a madurar de manera precipitada crecen también sin ese apego saludable tan esencial para su desarrollo. Es común que lleguen a la edad adulta con muchas carencias y con el rol de cuidador integrado en su ADN.
Por otro lado, están también los niños que, en lugar de hacer de mediadores, se retiran de dicha interacción. Se alejan de esos focos estresantes por miedo, por sentirse amenazados ante ese clima de desgaste, gritos y desafecto. Esta atmósfera cala en la mente infantil, haciéndolos más vulnerables a los trastornos del estado de ánimo.
Parejas que siguen juntas por los hijos, un gran error
La teoría de la seguridad emocional puede entenderse desde una imagen muy sencilla. Cuando un niño crece en un entorno nutritivo emocionalmente, en el que se le ofrece seguridad y afecto sincero, tiene ante él un puente dorado para salir al mundo. En cambio, quienes están en un entorno parental cargado de conflictos, en el que descuida su crianza, tiene ante sí un puente roto de cara a su futuro.
Esto no quiere decir que logre convertirse en una persona feliz y capaz de conquistar sus metas. En absoluto. Significa que se encontrará más baches, más inseguridades, dificultades y miedos. ¿Qué conclusión podemos obtener de este enfoque? Uno muy elemental. Ninguna criatura merece desarrollarse en un escenario dominado por el desamor, la agresividad, el rencor y el enfrentamiento.
El hogar cuyos padres están más concentrados en sus propios problemas y desavenencias acaba descuidando a sus niños. Las emociones de valencia negativa son el oxígeno que se respira a diario y todo ello deja secuelas. Si el amor y el respeto de la pareja se desintegra, es necesaria una separación, por el bien de todos.
Toda separación o divorcio es duro, pero más adverso resulta criarse en una casa en la que los gritos y los reproches son la banda sonora cotidiana. Comprometernos con el bienestar de los niños debe ser siempre nuestra mayor prioridad. Tengámoslo muy en cuenta.