Cada experiencia que vivimos a lo largo de la vida nos marca, pero si hablamos de abuso y trauma el impacto es aún mayor. Ser víctima de violencia, física o psicológica deja una huella en el funcionamiento cerebral y modula la forma en que nos relacionamos con otros. Por esto, es común que a muchas personas les cueste reponerse de dichos eventos y vincularse adecuadamente. Mantener una relación sana tras haber sufrido abuso no es tan sencillo como parece, y es que plantea varios desafíos.
Es común ver a personas que encadenan una relación dañina tras otra, que parecen seguir un patrón de elección de pareja totalmente nocivo, pero que perdura en el tiempo. Quien no experimenta la situación en carne propia puede preguntarse cómo es posible que alguien se adentre en un infierno que ya conoce; si es que la persona es sumamente desafortunada o es que no aprende de sus errores. Pero la realidad es mucho más compleja y dolorosa.
Haber sufrido abuso deja huellas imborrables
Para entender el tema que estamos tratando, es importante recordar lo vulnerable que somos en la infancia. En esta etapa la estructura cerebral toma forma y se sientan las bases de lo que será el funcionamiento mental de la persona. Para un adecuado desarrollo se necesita atención, afecto y cuidados; en suma, una seguridad de la que fueron privados quienes sufrieron abusos.
Se ha encontrado que el maltrato puede afectar al desarrollo del cerebro y alterar la arquitectura cerebral. A través de resonancia magnética, se ha visto que el cerebro de quienes sufrieron maltrato en la infancia presenta diferencias en nueve regiones corticales, en comparación con quienes no lo vivieron. Esto tiene las siguientes consecuencias:
- Dificultades para autorregular las propias emociones y conductas y para controlar los impulsos.
- Déficits socio-perceptuales.
- Problemas para mantener un equilibrio saludable entre introversión y extroversión.
- Funciones ejecutivas comprometidas.
- Riesgo aumentado de consumir drogas o padecer una variedad de trastornos psicológicos en la edad adulta.
Pero, más allá de esto, sufrir abuso altera la respuesta neurobiológica ante el estrés y lleva a la persona a tener limitaciones a la hora de relacionarse. Y esto ocurre tanto si el maltrato tuvo lugar en la infancia como si se vivió más adelante, por ejemplo, en el seno de una relación de pareja.
Mantener una relación sana tras haber sufrido abuso
Por supuesto, ninguna vivencia es una condena y una sentencia inamovible. El trauma se puede trabajar para ayudar a la persona a deshacerse del malestar y recuperar su calidad de vida. El paso del tiempo, la intervención adecuada y el apoyo del entorno pueden paliar las secuelas de esas experiencias de abuso.
No obstante, las víctimas pueden continuar experimentando problemas en sus relaciones más adelante y verse reviviendo el abuso ahora en otro escenario. A este respecto, algunas investigaciones han encontrado que los niños que sufrieron maltrato familiar antes de los 12 años tienen un mayor riesgo de vivir intimidación y agresiones por parte de sus pares en la adolescencia.
Por otro lado, se ha encontrado que los niños que viven abuso o negligencia, llegados a la edad adulta, tienen más riesgo de sufrir violencia a manos de su pareja, así como de perpetrarla. Y esto ocurre por diversos motivos:
Apego inseguro
Si el abuso se vive en la infancia, se desarrolla un estilo de apego inseguro, pues las figuras de referencia del niño no ofrecieron amor y seguridad. Es posible que se establezca un apego evitativo o ambivalente (en función del caso), pero en las situaciones más graves, en las que se experimenta trauma, puede generarse un apego desorganizado.
Esto afecta negativamente la visión que el niño tiene de sí mismo, su capacidad para confiar en los demás y la forma en que ha aprendido a lidiar con sus emociones. La carencia en este aspecto, sin duda, condiciona la capacidad para crear vínculos sanos en la edad adulta.
Autoestima dañada
Tanto si el maltrato se sufre en la infancia, como si tiene lugar en el contexto de una relación de pareja, las consecuencias psicológicas son importantes. Sufrir vejaciones, manipulaciones y agresiones daña profundamente la autoestima de las víctimas y genera en ellas serios problemas de confianza. Involucrarse en una nueva relación, cargando con esta mochila emocional, supone todo un reto y es probable que surjan dificultades.
El abuso resulta familiar
Por último, ocurre un fenómeno que es el que más dificultades crea a la hora de tratar de tener una relación sana tras haber sufrido abuso. Y es que el caos, lo impredecible y el estrés constante es lo que se ha vuelto familiar para esa persona; es el hábitat en el que ha aprendido a desenvolverse y, de algún modo, continuará buscándolo.
No se trata de una decisión consciente, pues nadie escogería para sí mismo una situación dolorosa y perjudicial. Sin embargo, a nivel inconsciente se sigue la corriente de lo conocido y la persona termina involucrada en dinámicas similares a las que ha vivido anteriormente.
A este respecto, se han encontrado diferencias de género. Y es que los hombres parecen más propensos a adoptar el rol de perpetradores de la violencia en sus relaciones, mientras las mujeres tienden a apegarse a hombres que las victimizan de nuevo. No obstante, esto no es así en todos los casos.
Sanar para construir una relación sana tras haber sufrido abuso
En definitiva, las víctimas de maltrato en cualquiera de sus formas tienen mayor riesgo de ser revictimizadas en el futuro, pudiendo llegar a sentirse incómodas en vínculos y dinámicas sanas, precisamente por no estar acostumbradas a ellas.
Por esto es fundamental buscar ayuda profesional y realizar una intervención psicológica. Esta estará especialmente destinada a sanar el trauma y las heridas emocionales y a fomentar la adquisición de estrategias adecuadas para poder construir una relación saludable.