No tendré más hijos. Eso es seguro. ¿Cómo pueden el cerebro y el corazón de uno luchar contra este hecho por un bote de basura roto?
Nunca hablé ni escribí, si deseo tener más hijos, ¿aún daría a luz si pudiera? Antes de que alguien comience a combinar y haga temblar a mis familiares más cercanos, lo escribiré una vez más:no tendré más hijos. Algunos piensan que incluso debería tener tantos, después de un día un poco más agotador, puedo estar absolutamente de acuerdo, pero es demasiado tarde para quejarme, no puedo cambiar eso. Otros piensan que donde caben cinco, también podría caber un sexto. Pues no exactamente, porque como cinco hijos no son cuatro ni tres, seis hijos tampoco son cinco.
¿Por qué escribo sobre esto ahora? Porque el último sábado de febrero de 2017 sucedió algo que finalmente me hizo darme cuenta del final de un capítulo, entregar muchas lecciones y también abrió muchas puertas nuevas.
La limpieza de la casa vencía ese día en particular. Había empezado a coleccionar las cosas que, en mi opinión, ya no teníamos nada que ver:tendedero roto, trona defectuosa y ya pequeña (todavía me quedan algunas, pero solo una y no tres), cajas de papel gigantes, que Me dio pereza cortar en pedazos y poner en el basurero selectivo, nuestras sillas de comedor (que todos odiaban) y algunas prendas irreparables.
Y una cosa más... un gran cubo de plástico blanco que ha sido usado como bote de basura. Era feo, sucio, usado y maloliente. Sí, maloliente, ya que hemos puesto todos los pañales usados durante trece años. Ya era hora de deshacerse de él. Aún así, cuando lo vi en la cima de la pequeña colina de cosas para desechar, mi mano tembló por un momento...
Lo hemos dicho durante años con Husband, que nuestro mundo será un lugar mejor cuando nos deshagamos de la caca. Y ahora, una especie de tristeza se ha mezclado con la felicidad sin nubes de tener finalmente solo hijos domésticos, que la cantidad gastada en pañales volverá al presupuesto familiar y que podremos salir al balcón sin máscara antigás.
Con la sensación de libertad llegó la comprensión:nunca volveré a cambiar, no recogeré a un ser humano pequeño y esponjoso, szuszogó, para poner una manta debajo de sus cuerpos desnudos, para que no tiemblen cuando sus espaldas tocar la superficie fría del cambiador… les bastan los problemas que vienen con el cambio de pañales, que los estoy levantando, dándoles la vuelta, los azoto con algo incómodo y extraño, que hace mi vida y la de ellos más fácil también, pero aun así... debe haber algo de cariño y calma en este proceso además de las manos de una madre también.
Como no voy a dormir mirando hacia la cama de un bebé y dándole la espalda al Esposo, nadie descansará sobre mi pecho a medio dormir después de una gran mamada, no volveré a comprar el primer par de zapatos en la talla 17 y gané No sostuve las manos de un pequeño humano que se tambaleaba y daba vueltas con la altura de mi cintura durante sus primeros pasos. No volveré a ser una futura madre, con toda la belleza y el dolor de esta era. Allí de pie, con esa lata en la mano, sentí que todo el dolor del mundo era mío.
Algo se ha ido, y nunca volverá. Y aunque sé con mi cerebro que todo está bien como está, y que nuestras vidas son redondas con cinco hijos, una cantidad incontable de nuevas experiencias aún me esperan, el corazón es otra cosa, especialmente cuando se siente, que su dueño ha llegado a un punto de inflexión. ¿Te dolió la comprensión repentina? Sí. Mucho.
En algún lugar profundo de mi mente, era consciente de este hecho, dado que regalo la ropa que le quedó pequeña a Smallest, ya no la guardo, pero de alguna manera el movimiento, cuando saqué esa lata de nuestras vidas, hizo que todo fuera tan definitivo. Uno puede comprar ropa nueva -y muchas veces incluso sienta bien refrescar las colecciones infantiles con algunas piezas nuevas, para no encontrarme una y otra vez con la misma camiseta con el tema de Nemo mientras doblo la ropa-, pero esa caja de plástico blanca, sin tapa, formaba parte de nuestras vidas desde hacía 13 años. Representaba una era y un estado, que ha terminado para siempre.
Allí, sobre esa colina de basura, comencé a sentir celos de las futuras madres con sus grandes panzas y de todas las mujeres que aún tienen la oportunidad ante ellas, de vivir por y a través, de chupar estos momentos, minutos y días, dentro. ellos mismos. Porque uno solo llega a saber lo que ha perdido cuando ya es demasiado tarde. Porque cada momento ocurre solo una vez y ningún momento puede ser relevado. (¿Diciendo clichés? ¡Qué franqueza! Pero, ¿qué podría hacer si realmente me siento así?)
¿Sabes cuántos momentos me perdí de mi maternidad porque solo podía ver la cruz en ella, porque me golpeaba el cansancio, tal vez por tener miedo al mundo exterior, o con poder, usando mi respeto paterno o tal vez simplemente ¡¿Por ser cobarde, traté de cerrarlos mientras escapaba de la escena, porque eran incómodos e incómodos?! Pues bien, con la lata blanca en la mano el último sábado de febrero decidí:a partir de ahora será diferente.
De ahora en adelante trataré de sentir y disfrutar, o si uno no puede disfrutar de la histeria tirada en el suelo de un niño en su crisis negativista, al menos tratar de vivirla, cada momento y la viene con ella una catarsis absolutista (porque aun después del momento más oscuro viene la absolución, el abrazo, el beso, la disculpa, el apaciguamiento de los gritos y las razones lógicas que van apareciendo una detrás de otra, etc.), que puedo vivir con mi niños, incluso aquellos que preferiría saltarme, dejar atrás o simplemente huir.
Vivo muy conscientemente la parte racional de mi cotidianidad, no se podría hacer de otra manera con cinco hijos. Aunque la maternidad está muy dentro de mi vida, de alguna manera en ese caso falta… no en lo que respecta a la paternidad, sino a la parte llena de sentimientos.
Quiero disfrutar de mi maternidad con todo su fastidio y felicidad, para no volver a sentir nunca más:algo me faltó, algo no pude atrapar, eso nunca más volverá. Redondearía mi vida, el círculo de mi vida.
Y no se necesitó nada más para esto, excepto un despeje de la casa rematado con un balde viejo y usado disfrazado de bote de basura. La vida siempre puede traer sorpresas... incluso después de cuarenta y cuatro años.